sábado, 7 de abril de 2007

UNIVERSIDAD Y CULTURA DE PAZ


UNIVERSIDAD Y CULTURA DE PAZ

EL LEGADO DEL PADRE MCGREGOR



Gonzalo Gamio Gehr


La misión de la universidad es la búsqueda y la comunicación del saber. La relación entre de saber con la integridad del hombre es el pre-requisito y la condición de su paz.

FELIPE McGREGOR SJ


Se ha cumplido ya un año de la partida del Padre Felipe McGregor, sacerdote jesuita y humanista, Rector emérito de nuestra Universidad, entrañable y entusiasta amigo de la justicia y la paz. Bajo su rectorado – entre los años 1963 y 1977 – la PUCP fue adquiriendo el carácter y la dirección que hoy la definen: una institución moderna y de clara vocación humana, preocupada por el cultivo y la difusión del pensamiento libre y riguroso, comprometida con la reflexión ética e interdisciplinaria, y profundamente involucrada con la promoción de la democracia y la cultura de los derechos humanos. Su condición de académico y hombre de fe preocupado con el país y con la causa de la paz dejaron una huella indeleble en aquellos que tuvieron el privilegio de tenerlo como profesor, y que luego le acompañaron en la formación de la Asociación Peruana de Estudios e Investigaciones para la Paz (APEP), en los años en los que el Perú comenzaba a sufrir los embates de la violencia. Fruto de su inquebrantable y permanente adhesión a la lucha por los derechos humanos fue la creación del curso de Cultura de Paz, propuesto como parte del Plan de Estudios de los dos años de los Estudios Generales en nuestra Universidad.

El padre McGregor infundió profundidad y rigor científico a los estudios sobre la paz en el Perú. En particular, contribuyó a recoger las investigaciones de Galtung sobre las causas de la violencia. Desde su enfoque, la violencia no es entendida únicamente como la violación explícita y personal de la integridad del otro, se trata de toda acción o mecanismo social que obstaculiza o trunca el desarrollo de las capacidades de los seres humanos. Se ocupó con especial interés del concepto de violencia estructural, categoría que nos remite al conjunto de condiciones socioeconómicas y políticas que son fuente de injusticia y exclusión en el país, y caldo de cultivo de violencia manifiesta. El volumen Siete ensayos sobre la violencia en el Perú (1985) – editado por McGregor, en colaboración con José Luis Ruillon SJ – traduce su preocupación por desarrollar, desde la matriz crítica de diversas disciplinas sociales, una investigación seria sobre las causas de la violencia, y la búsqueda de las formas de su erradicación.

Animaba el trabajo del padre McGregor el ideal que abogaba por la sustitución de la violencia y la arbitrariedad por la forja de consensos públicos en lo relativo a la regulación de los conflictos sociales. “Me interesa saber”, decía en una entrevista en 1998, “cómo no emplear la fuerza para resolver un conflicto, lo cual no significa que deje de haberlos. Pero creo que se debe forjar un pensamiento que nos indique que no se puede usar la fuerza política, económica o social para imponer algo”. Resulta importante reconocer – en esta línea de pensamiento – en qué medida el potencial violento de las ideologías políticas que generaron el conflicto armado interno provenía de la promesa utópica de la anulación de los conflictos sociales en un hipotético ‘reino futuro de la libertad’; evidentemente, esta clase de ideario proscribía los disensos y condenaba la pluralidad de puntos de vista. En contraste, la perspectiva observante de la cultura de paz ponía énfasis en la necesidad de afrontar y resolver nuestros conflictos a partir del encuentro dialógico de argumentos y posiciones en el espacio público.

Esta tesis – por demás convergente con las conclusiones del Informe Final de la CVR – nos coloca en medio de un dilema con evidentes consecuencias políticas. Ante la pregunta: ¿Qué posición debemos asumir frente al proyecto de construcción de la cultura de paz en el Perú? No existe otra alternativa que asumir el rol de espectadores o el de agentes de cambio. El espectador opta por no involucrarse con lo que sucede a su alrededor; se limita a observar y, a lo sumo, a lamentar el hecho fatal de la violencia. El que ha elegido actuar, en cambio, asume su condición de ciudadano, y se compromete a participar en la promoción de los derechos humanos y la institucionalidad democrática o colabora – desde las organizaciones sociedad civil u otras instituciones sociales -con formas de vigilancia cívica que permitan evitar la violencia y la injusticia en los fueros del Estado y la sociedad.

¿Qué puede hacer la universidad peruana por la promoción de la paz y la ciudadanía democrática? Esta es sin duda una pregunta crucial en el presente, dado que alude directamente al problema de la misión social de la universidad, cuestionada hoy por quienes pretenden concebir las universidades desde el formato social de la empresa privada. El padre McGregor, en las antípodas de esa perspectiva, describía la institución universitaria como una sociedad profética. Con esta expresión aludía a la tradición de los profetas de Israel, que promovía tanto la crítica social desarrollada desde la práctica de la justicia y el recuerdo de la Antigua Alianza como la promesa razonable de un Reino de sabiduría y libertad que había que pensar y construir juntos.. Desde esta lúcida y esperanzada imagen, la universidad es entendida como una comunidad de investigación que promueve el saber y la práctica de las ciencias que anticipan resultados sociales y logros científicos todavía no alcanzados; es, asimismo una sociedad de espíritus libres que interpela y somete a crítica moral y política las instituciones del Estado y la sociedad cuando ellas transgreden los principios constitucionales o cuando vulneran las libertades y las expectativas de justicia de los ciudadanos.






[1] Profesor de ética y de Cultura de Paz, EEGGLL PUCP.

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