sábado, 19 de marzo de 2011

EL VIAJERO Y EL MISTERIO





Gonzalo Gamio Gehri



Como se sabe, El viajero (1818) de Caspar David Friedrich constituye uno de los motivos espirituales de este blog. Esa imagen acompaña esta página de un modo permanente desde el principio, en el 2007. Muestra la figura de un hombre, de espaldas, que contempla - desde lo más alto de una montaña - la profundidad de un acantilado, un cielo cubierto de nubes. La precisa silueta del viajero contrasta con lo difuso e impresionante de la naturaleza que se abre frente a sus ojos, y bajo sus pies. Nuevamente, la temática romántica de lo finito y lo infinito. El yo que afronta conmovido la inmensidad de lo absoluto.

La metáfora de la vida como un viaje de autoconocimiento la encontramos en una serie de importantes obras del siglo XIX, claramente, por ejemplo, en el Fausto de Goethe, la Fenomenología del espíritu de Hegel y el Enrique de Ofterdingen de Novalis. Es, también, por supuesto, un motivo clásico, en la senda de Homero, Virgilio y Dante Algheri. Incluso el mito y el cuento de hadas poseen la estructura del viaje, de la ruta del héroe y sus trabajos. La existencia es concebida como un camino del que hay que extraer lecciones para lograr la plenitud y el saber.

El anhelo de absoluto paraece cumplido en la escena retratada por Friedrich. La naturaleza que se le re-vela es manifiesta y a la vez misteriosa. Los vientos se agitan bajo sus pies. El espectáculo del mundo se hace presente a la vista. Uno tiende a pensar que los viajeros requieren "raíces portátiles", que los recuerdos, los anhelos y la melancolía constituyen un peso muerto que perjudica el viaje mismo. No es así. La naturaleza agreste que pone de manifiesto Friedrich parece ser el reflejo del alma del personaje. El viajero es una figura melancólica. La lógica romántica de la Aufhebung pone en evidencia que el alma romática transita lo infinito llevando consigo su acervo de experiencias, así como sus conflictos y aspiraciones. Ulises llevaba al campo de batalla la imagen de la brillante cabellera azabache de su amada, cuyo nombre invocaba en el fragor del combate. Recordemos asímismo cómo los navegantes colocaban en la proa de sus barcos la efigie de sus seres queridos, como incontestable testimonio del deseo del reencuentro. Los exploradores de tierras lejanas no pierden el impulso que experimentan ante la idea misma del retorno a la patria.


El viajero mira directo al fondo del acantilado. Y esa visión se nos oculta.


6 comentarios:

Eddy Romero Meza dijo...

En un viejo aforismo Nietzsche decía: “Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti”. Confieso que jamás pude dejar de relacionar el cuadro de Caspar David Friedrich con esta idea.

Saludos!

ricardo falla carrillo dijo...

Estimado Gonzalo, esta célebre pintura del gran Friedrich también puede ser vinculada con parte de los contenidos del sublime kantiano. Y además es una proyección intensa de una moral fundada en la soberanía del individuo. Asimismo, el sentido elevado de infinitud une a Friedrich con otro grande de las primeras décadas del siglo XIX: Giacomo Leopardi.

¡Ars longa vita brevis¡

Un abrazo

Ana Lucía dijo...

Para completar la idea sobre el opuesto femenino de esta pintura, en el pasillo olvidé mencionar "Miranda(la tempestad)" del prerafaelista Waterhouse.

Hasta luego, que tenga un buen día.

Roberto dijo...

¿Cómo va la tesis doctoral? No la descuides. Menos blog y más investigación seria es mi consejo.

Gonzalo Gamio dijo...

Hola Roberto:

En eso estamos. Ya entregué el primer borrador completo, y estoy trabajando en las observaciones de mi director.

Saludos,
Gonzalo.

Roberto dijo...

Felicitaciones... Ese es un gran paso... Ojala la termines pronto y la publiques.