miércoles, 20 de marzo de 2013

LA VÍSPERA






Gonzalo Gamio Gehri


En la víspera de la ceremonia, Ginès de Castelforte, caballero en ciernes, vela las armas que habrá de usar en el campo de batalla. La luz de la luna que llega desde el campanario baña su túnica blanca, mientras él contempla en silencio la empuñadura de la espada que armará su diestra mientras viva. Encomienda su alma al Dios del que le hablaron sus ancestros, y pide que las batallas que libre sólo sean las que la justicia demande. Ni el apetito ni la gloria vana habrán de guiar su ánimo, so pena de mancillar los ideales que le habían llevado a pretender la vida de las armas. Cuando el cielo se tiña de un suave color naranja, el joven debía estar listo para recibir el orden de caballería. La noche oscura le plantea múltiples pensamientos que sacuden su alma.

Los años de servicio como escudero – la etapa previa de quien recibe sus propias armas -, el confuso ruido del combate, los ojos brillantes y los negros cabellos de la dama, los latines de la ceremonia por venir. Los rituales de iniciación son celebraciones de transición. El joven lo sabe, va a afrontar en el alba lo que significa convertirse en caballero. El baño de agua de rosas, la túnica blanca, la noche como un solitario testigo de sus reflexiones. Como una serpiente cambiará de piel. Como un dragòn su cuerpo se revestirà con escamas de acero. Cubrirá su cabeza con un brillante yelmo, la espada se convertirá en una extensión de sí mismo, y en una ineludible compañera en la batalla. Las oraciones del muchacho se traducen en un mar de preguntas y considerable preocupación. Él espera el espaldarazo final, el único golpe que los caballeros no deben devolver jamás. Desde la Iglesia puede ver, asomándose entre la espesa niebla, las almenas de la fortaleza de su padre, y puede imaginar el camino que recorrerá al día siguiente como parte del rito. Aunque puede reconocer cada uno de los pasos del proceso, no puede evitar que un sentimiento de incertidumbre lo invada. Es parte del camino de iniciación, se repite.

Arturo y los suyos buscaron denodadamente el Grial de oro. Sigfrido arrancó el corazón del dragón. Amadís derrotó al feroz Endriago. Absorto por los vaivenes del intelecto y la fuerza de su propia fabulación, el joven guerrero se pregunta por las pruebas que tendrá que enfrentar una vez iniciado. Qué batallas requerirán la fuerza de su brazo y de su ánimo, qué causas convocarán su presencia y su bravo corazón. Sin perder de vista las armas que debe custodiar, no puede evitar ser capturado por esas especulaciones que interrumpen sus plegarias. Mientras tanto, comienza a despuntar el alba. El muchacho contempla el amanecer con emoción y esperanza.




1 comentario:

Anónimo dijo...

que bueno sería que los postulantes a bautizos de adultos y confirmaciones pasaran por parecidas iniciaciones. concientes de ponerse al servicio de un Señor. me hiciste recordar que similar era la experiencia de los catecúmenos en la iglesia primera
gracias
fandelrey.blogspot