sábado, 18 de enero de 2014

ALGUNAS IDEAS ACERCA DE LA RELIGIÓN Y EL DIÁLOGO





Gonzalo Gamio Gehri

Siempre he preferido concebir la religión como un modo de formular preguntas cruciales acerca del sentido de la vida – y su trascendencia – que como una suerte de catálogo de respuestas que hay que suscribir sin dudas ni murmuraciones, vale decir, animados por una convicción que no admite  plantear nuevas preguntas. Montaigne,  Lessing y Buber se propusieron aproximarse al fenómeno religioso en esta clave de lectura, que permite restablecer el vínculo entre la fe y la libertad que brinda una “vida examinada” (en el registro hilvanado por la Apología).

Es obvio que ésta no es la única manera de comprender la religión, pero posee la virtud de pensar la religión en una clave de apertura a la discusión filosófica y a un concepto amplio de verdad. Desde este horizonte de reflexión – centrada en las preguntas – considero fundamental reconocer que estas interrogantes sobre el lugar del ser humano en el universo, sobre las direcciones potenciales de la vida, sobre la finitud y apertura propios de la condición humana, están marcados por el sentido de lo sagrado, una particular conmoción espiritual frente a lo extraordinario y portentoso (déinon) de la vida (Otto). John Caputo ha asociado  este sentimiento religioso a la percepción de la irrupción de “lo imposible” y del “futuro absoluto” en la existencia ordinaria. A juicio de este filósofo, estas categorías no deben ser entendidas en términos de lo estrictamente “milagroso”, sino como conceptos que poseen una dimensión narrativa, pues aluden a aquellas vivencias que introducen giros radicales e imprevistos en el relato de la vida. Tales acontecimientos re-velan la tensión constitutiva entre finito e infinito. En esta línea de pensamiento, la religión no está a nuestra disposición para brindarnos seguridades, sino para hacer añicos nuestras supuestas certezas y poner de manifiesto el misterio en el corazón de las cosas.

 Este sentido de lo sagrado lo encontramos en diversas producciones del espíritu humano – como indicaba agudamente Simone Weil -, en los poemas homéricos, en las tragedias y, por supuesto, en la Biblia. Está presente de una manera particularmente poderosa en la estructura del magisterio de Jesús, quien decidió transmitir su mensaje sobre el Reino, la Gratuidad y el Amor de Dios a través de la composición de parábolas. En lugar de proponer una suerte de saber arquitectónico, eligió contar sabias historias que echan luces sobre el Reino y su justicia, o que revelan formas ejemplares de contacto interhumano y de amistad con Dios. Estas narraciones están abiertas a la interpretación y corresponde al diálogo con los discípulos – en la comunidad – el esclarecimiento de su sentido. Se trata de una actividad hermenéutica. El que tenga oídos, que oiga. 

Esta manera de constituir el discurso religioso  - y la práctica - deja un lugar al misterio como una dimensión ‘esencial’ de la vida. Esta disposición está presente en el proceder de los fundadores de las grandes religiones, y también podemos encontrarla en los antiguos poetas y en los místicos. Se trata de una actitud dialógica que nos previene contra el integrismo y la violencia cultural (recordemos la inquietante descripción del Gran Inquisidor de Dostoievski). Asumir seriamente ese trasfondo narrativo , permite acercarse con lucidez y espíritu crítico al trabajo de importantes tradiciones religiosas que han problematizado la vida humana y su sentido de trascendencia.









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