sábado, 6 de mayo de 2017

LA MUERTE DE SIGFRIDO







Gonzalo Gamio Gehri


Es preciso continuar la narración de la historia de Sigfrido allí donde la había dejado hace un tiempo. Pasaron años desde que un invisible Sigfrido había ayudado al rey Gunther a lograr la mano de la valkiria Brunilda. Esta gesta había generado a su vez que Sigfrido conociese a la bella Crimilda – hermana de Gunther -, a la que dedicó un amor tan invulnerable y poderoso como la piel revestida con la sangre mágica del dragón. Luego de un tiempo apacible en su patria, Sigfrido y Crimilda volvieron a Worms. Un destino sombrío fue abriéndose paso en su vida.

Brunilda se había convertido en una reina intransigente y furibunda, y no tardó en tener desavenencias con la propia Crimilda. En una de estas terribles discusiones, Crimilda le revela que fue Sigfrido – y no Gunther – quien realmente venció a Brunilda en las pruebas de Islandia. El frío corazón de la valkiria se tiñó de sangre y pidió a los suyos la cabeza de Sigfrido. Con la anuencia de Gunther, fue su tío Hagen de Tronje quien se ofreció a asesinar a Sigfrido. Organizaron una cacería en el bosque para cometer este crimen. El obvio problema era que el héroe, al vencer al dragón, se había bañado en su sangre y se había vuelto invulnerable. Sin embargo, recordaban que Sigfrido había dejado un punto sin que la sangre de Fafnir lo tocase. Con engaños, Hagen consiguió que su sobrina Crimilda le revelase el lugar de aquel punto, y que incluso bordase en la casaca de Sigfrido una pequeña cruz en ese lugar.

Aquella mañana Crimilda se despidió de Sigfrido con un mal sentimiento, con mucho temor. Encomendó a Sigfrido a los cuidados de su hermano y de su tío. La última sonrisa de la pequeña  Crimilda jamás se borró de la mente de Sigfrido en aquel día fatídico. El resto del día el héroe y los burgundios se dedicaron a cazar jabalíes. Al atardecer, Hagen se propuso cumplir con la orden de los reyes. Una vez que Sigfrido bajó del caballo para divisar a su presa, Hagen supo que era el momento. A esa corta distancia, la cruz que se elevaba en la espalda del héroe, entre los omóplatos, era un blanco fácil. Allí arrojó su lanza.

Sigfrido sintió que la vida se le escapaba por la herida causada por el golpe traicionero de Hagen. Se dio cuenta que esta era su hora final. Muchos pensamientos cruzaron su mente. Pensó en su batalla con Fafnir, en la tibia sangre del dragón, y en toda la gloria de ese día. Pensó en los brillantes ojos negros de Crimilda y en el profundo amor que le profesaba; hubiera querido conocer todas las etapas de su vida. Pensó en todas las hazañas que le quedaban por realizar. En su reino y su legado. Hizo el intento de volver a empuñar la reluciente espada, presentar batalla. Quiso ponerse en pie, pero era tarde ya. 

El manto de la más espesa noche cubrió Worms, y el canto de los negros cuervos lamentó por doquier la muerte de Sigfrido. Los habitantes de la región dicen que todavía pueden escucharse esos terribles graznidos en aquel lugar.





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